viernes, 13 de diciembre de 2013

Rebelión de diciembre de 2001


Superar los desafíos pendientes, unir a los revolucionarios

Doce años se cumplen ya de ese hecho que irrumpió en la escena política argentina y modificó nuestra conciencia militante. La Rebelión Popular del 2001 sacudió el polvo de nuestras concepciones y alteró las voluntades. Para muchos parecería una foto de décadas atrás. Pero esa rebelión fue el desenlace de un lento período de resistencia de los trabajadores y el pueblo, que tuvo sus inicios en la lucha contra las privatizaciones y la desocupación, y que lograron encontrar ámbitos permanentes de acumulación.
El pueblo, masivamente en las calles, decía basta al saqueo de la década anterior, basado en el modelo neoliberal que había vuelto hegemónico al sector financiero dentro de nuestro capitalismo dependiente. La crítica al régimen político se sintetizaba en la consigna “que se vayan todos” y la unidad de las clases medias y los sectores populares parecía encontrar un puente en la consigna “piquete y cacerola, la lucha es una sola”. La crisis de los sectores de la burguesía que se peleaban por definir la continuidad del modelo entre la dolarización y la devaluación generó un tiempo de suspenso que fue llenado con movilizaciones, cortes, ocupaciones y el encuentro de otro horizonte posible parecía despuntar al alba.
Grandes movilizaciones siguieron a ese diciembre, donde las asambleas populares, el movimiento piquetero, las fábricas recuperadas y diferentes organizaciones nos manifestábamos y reconstruíamos ese sueño de poder dar vuelta la tortilla, y que los que se habían enriquecido a costa de la sangre y sudor del pueblo, perdieran sus privilegios. Nosotros fuimos parte de ese pueblo en las calles, fuimos parte de esa resistencia y de esa lucha que de a poco fue organizándose. Pero también fuimos haciéndonos conscientes de que poner en pie una alternativa revolucionaría y socialista era un desafío mucho mayor y que necesitaba de herramientas concretas a través de las cuáles potenciar el avance popular y quebrar el poder de las clases dominantes. Nuestra organización surgió pocos años después, como consecuencia de esa búsqueda, pero quizás no ha tiempo como para marcar un norte, quizás no ha tiempo como para lograr confluir con otras organizaciones hermanas y aunar esfuerzos por evitar el cierre de la crisis de dominación y la recomposición del régimen político.
La movilización popular frente a la recomposición del régimen
Son muchos ya los que señalan a los años ‘96 y ‘97 como el momento de inicio de un proceso de profundización de la resistencia al neoliberalismo menemista y a su continuidad aliancista (De La Rúa-Álvarez). Los sucesos en Plaza Huincul, Cutralcó y Mosconi dan nacimiento al movimiento piquetero. Este irá desarrollándose poco a poco y ampliándose desde el interior, producto del desmantelamiento de las economías regionales, hasta el conurbano bonaerense sembrado de fábricas cerradas, miseria y desocupación. Su rol como sector dinamizador del enfrentamiento contra la desocupación y la resignación a la pobreza lo ubicarán como el actor protagónico de estos años.
Los saqueos del día 19 fueron precedidos por saqueos en varias provincias del interior, y continuados por el cacerolazo de esa misma noche y la lucha de calles del 20, que dejó un saldo de cuarenta compañeros asesinados en todo el país. La renuncia de Cavallo primero y de De La Rúa después habría ese emocionante período de movilización de masas
La etapa posterior al 2001 estuvo marcada por un ciclo de movilizaciones que se mantuvieron en alza hasta la represión del Puente Pueyrredón en junio de 2002. En ese momento el movimiento piquetero había logrado articular un plan de lucha unificado entre las diferentes vertientes de las organizaciones (Coordinadora Aníbal Verón, CCC, Polo Obrero, MST, CTD, MTR). El entonces presidente Eduardo Duhalde buscó detener la protesta mediante una represión brutal y ejemplificadora con el objetivo de recuperar el poder del Estado, que se cobró la vida de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. El miedo a que la crisis se profundizara llevó a que las clases dominantes buscaran poner un freno, y dar paso a la convocatoria a elecciones. Perseguían el objetivo de descomprimir la situación, apoyándose en medidas de ayuda social, como fueron los planes Jefes y Jefas de Hogar. Duhalde se encargó de hacer el trabajo sucio mediante la represión y la salida devaluacionista que transfirió miles de dólares desde los trabajadores hacia los sectores clave del empresariado argentino recuperando su rentabilidad y permitiendo un nuevo ciclo de acumulación.
Efectivamente, parecería ser que las grandes movilizaciones entraron en descenso y hubo una especie de reflujo a partir de esa fecha. La elección de Néstor Kirchner en 2003, generó el recambio en la clase política, que a través de la represión selectiva, y de ciertos gestos y un discurso que reivindicaba banderas de lucha del campo popular, logró dividir al movimiento piquetero y las organizaciones de Derechos Humanos primero, y al resto del movimiento social después. Acompañado por una situación económica internacional favorable, y basado principalmente en las exportaciones de commodities, el nuevo gobierno pudo recuperar ciertos parámetros macroeconómicos, acumular reservas, generar superávit fiscal y empezar un proceso de desendeudamiento con base en la negociación con los acreedores y el pago de la ilegítima deuda externa. Todo esto fue permitiendo restablecer de a poco cierto orden y “normalidad”.
Sostenido en diferentes ejes de continuidad, el kirchnerismo se fue abriendo paso. El pago de la deuda, la precarización laboral y el trabajo en negro, el avance de la sojización y la minería trasnacional, la represión a las luchas populares, el férreo control territorial que garantizan los intendentes, etc. Las luchas no fueron pocas: allí estuvieron el Casino y los subtes, el asesinato de Carlos Fuentealba, la expropiación de Zanón y el control obrero, la desaparición de Julio López, etc.
Una nueva crisis pareció detener el proceso de recomposición, cuando estalló el conflicto por la resolución 125, que implicaba elevar las retenciones a las exportaciones de la soja, y que dividió momentáneamente al bloque de poder en el 2008 y que llevó a la derrota electoral del kirchnerismo en 2009. El proceso kirchnerista se mantuvo ambiguo, con medidas que representaban ciertos cambios en algunas condiciones de vida de los sectores populares y algunas medidas de carácter democrático como fueron la Ley de Medios y la Asignación Universal por Hijo. El aparente cambio de rol del Estado, siempre comparado con el menemismo, no termina de resolver la situación de pobreza que persiste, ni la precarización laboral, ni el trabajo en negro, ni el saqueo de nuestros recursos naturales, ni logra poner en pie un modelo de desarrollo independiente.
Desde algún tiempo ya, y tal como venimos desarrollando en nuestro periódico, se viene observando un lento desgaste del kirchnerismo, que hace aguas por todos lados. Desgaste a nivel de masas, porque demostró no ser ninguna solución para los problemas que aquejan a nuestro pueblo; desgaste por arriba, porque hay sectores dominantes que pretenden descargar sin medias tintas la crisis sobre el pueblo, mientras el kichnerismo intenta “dosificar” el golpe; desgaste al interior del propio peronismo, expresado en la ruptura del massismo y la disputa con Scioli.
El camino recorrido y las tareas pendientes
En estos últimos años, la clase trabajadora y el movimiento popular no han logrado salir de una posición defensiva, ni constituir un proyecto de transformación social radical. Estamos convencidos que para superar la situación de la izquierda a nivel general, es necesario ensayar nuevas experiencias de acercamiento entre las organizaciones que entendemos que es fundamental construir un poder obrero y popular que nos coloquen en otro plano de la lucha política. Pese a nuestras diferencias en aspectos organizativos, el espectro de lanueva izquierda son los compañeros y compañeras con los cuales venimos transitando caminos de unidad y de articulación. Pero a la vez, creemos que para lograr construir esa alternativa política hoy ausente, es necesario reagrupar a los destacamentos en una herramienta organizativa, forjada al calor de las luchas y con el mayor despliegue nacional que permita poner en pie un Partido Revolucionario de la Clase Obrera y el Pueblo. Esta tarea no es resolución exclusiva de unos pocos militantes, ni de algunos núcleos políticos, sino que es un proceso histórico que debe tener raíces en la clase trabajadora y sus sectores estratégicos, pero que no será posible tampoco, sino asumimos ese desafío desde lo que somos hoy.
Son enormes desafíos, pero nos impulsa la convicción intransigente de que los trabajadores y trabajadoras tenemos que asumir la necesidad de avanzar por el camino de la independencia política de nuestra clase, construyendo nuestras propias herramientas políticas, desarrollando desde abajo las bases materiales de nuestras propias fuerzas, para alumbrar la Revolución Socialista que los pueblos de nuestro continente necesitan para conquistar el derecho a una vida y a un futuro dignos.

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